Te mentí aquel viernes. Quería un café pero no solo eso. Quería en realidad todo. Y tuve el café, cierto… pero nada más. Una conversación de desconocidos con cariño, sin besos ni caricias. Qué impresión sentirte tan frío. Puede ser que me trataras como a un amigo, a lo cual no estaba acostumbrado. Entiendí entonces que para ti, ese podría llegar a ser mi lugar. Imposible lugar cuando no se siente amistad.
Recordaba cada momento del primer día, cada momento del segundo… Igual que recordaba cada rincón de tu cuerpo, cada sonrisa… Y ese viernes me convertí en un extraño. Me fui a casa pensando que quizá me sorprenderías con otra cita junto a un borrón y cuenta nueva. Qué creativa puede ser la mente!
Me olvidaste, o al menos olvidaste lo positivo y la balanza se torció. Punto final.
Lo que no esperaba es que meses después me escribieras de nuevo. La frialdad de aquel viernes se había vuelto más tierna y entre líneas había un acercamiento. Fue el momento de buscar entre todos aquellos recuerdos. Debían estar ahí, olvidados busqué y rebusqué y sí que encontré: cariño, mucho cariño, pero no era amistad… y tampoco amor.