DOS RISTRETTO, POR FAVOR

Pedí un ristretto y me senté al lado del ventanal. Siempre me han gustado las cafeterías con manteles de cuadros rojos en sus mesas. Me transporta a mi abuela, a la tranquilidad y a sentirme seguro.

Me acomodé en la silla de madera con cojín también colorado y dejé que mi vista se perdiera a través del cristal el tiempo suficiente para olvidar mi alrededor.

Quizás habían pasado diez, quizás veinte minutos, cuando le vi. Estaba en otra mesa, con su café. Me gustó su corbata, lo elegante que vestía. Me miraba, no tan disimuladamente, por lo que yo le devolví una sonrisa. Quizás esos diez o veinte minutos en los que yo estaba absorto, el chico trajeado había estado mirándome… y el calor me recorrió todo el cuerpo, con lo que volví mi vista hacia la ventana de nuevo. 

De nada sirvió evitar sus ojos porque se acercó y me preguntó si estaba solo. Ya no podía desviar mi vista de nuevo y no supe más que decirle que sí.

– Tengo que entrar en la oficina de nuevo, pero me gustaría tomarme un ristretto contigo. Este es mi teléfono. Escríbeme y dime que sí – se mostraba tan seguro de sí mientras apuntaba en la servilleta su nombre y los nueve números que iban a cambiar mi vida. 

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