HACERSE EL SUECO

Sabes que él y yo nunca fuimos amigos… pero hubo un punto de inflexión en nuestro trato. Hace años, coincidí con él un veraniego sábado en la piscina pública. No esa a la que vamos por el puro postureo, no… era la piscina de mi barrio donde hay de todo: marujas, familias de emigrantes, chuloplayas, viejos verdes, modernas y todo el diverso mundo piscinero que se tercia en Madrid. 

Él, solitario y exhibiendo su cuerpo fibrado en la zona de niños y señoras bien. Qué quieres que te diga… pues la verdad es que destacaba. Por otro lado yo estaba con mi ex y su hijo en la zona marica… no he de aclararte que también destacábamos. 

Nos vimos. Sin duda alguna, nos vimos y sin mucha gana, sinceramente era un compromiso para mí, hice el amago de acercarme para saludarle. Digo amago porque nunca llegué y se quedó en intento, ya que mientras me miraba y veía cómo me acercaba, se dispuso a recoger su toalla y salir de la piscina. 

Ahora lo recuerdo como algo totalmente absurdo, pero en ese momento yo y mi sentido del ridículo nos dimos la vuelta. 

Lo de hacerse el sueco lo he llevado a la práctica varias veces, lo admito, pero desplantes así, no los tengo localizados en mi memoria. 

Y yo que no soy muy políticamente correcto, hasta en ciertos momentos guardo la compostura. Al menos él dejó claro la no necesidad de guardarla y así hacer evidente que él y yo nunca fuimos amigos.

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