Nos tomamos un vino al salir de la oficina en el Sierra, donde invitan a suculentas tapas… Es lo único positivo que nos hace volver una y otra vez porque el olor a fritanga y el vocerío de la amplia mayoría estudiantil que acude al bar no hacen que sea el lugar más atractivo para una charla. Tres rondas y ya nos levantamos contentos y cenados.
Nuestros bailoteos en Boite que no queden, mientras divas poperas, seudoreguetoneros y danceros facilones suenan para nuestro deleite y nuestra afonía. Reímos, cantamos, gritamos, bebemos y disfrutamos.
Nos juntamos en grupo para ponernos al día en una terraza de Fuencarral y criticar todo lo que se mueva sabiendo que seremos también criticados al mismo tiempo. Andanzas y desandanzas en la capital que nos tomamos con un humor sinfín.
Y por más que riamos en alto, gritemos borrachos, no dejemos títere con cabeza y nos divertamos como si fuéramos aún adolescentes por los sitios más cutres o más in de la ciudad, lo que yo quiero realmente, lo que me gustaría de verdad es, como dice Ana War, hablar contigo… así, bajito.