Los colores siempre fueron importantes para mí: en la comida aburrida, en el otoño de los parques, en las casas del paseo marítimo, en las flores de mi brazo… No son parte de mi vida. Son mi vida.
Igual de cierto es que a veces tengo momentos, días o etapas grises y negras que ocultan esos colores tan importantes. Puedo recordar uno de esos tiempos pintado de carboncillo. Quizá duró demasiado, podría autoconvencerme con que duró lo que tenía que durar, pero no… duró más de lo que debía haber durado. Y sí, los negros dieron paso a los grises y tras varios meses de sutiles ráfagas de luz dorada me encuentro sentado en un sofá anaranjado disimulando malamente mi parte emotiva. Buen presagio de lo que estaba por venir.
Dos findes bastaron para que entre velas me atrapara el abrazo más necesitado, ese que ni siquiera era consciente de serlo. El mejor recuerdo porque a día de hoy aún lo siento. Un abrazo acojedor como el aroma del café recién hecho que se ha extendido a lo largo de los meses. Y poco a poco se unieron un color tras otro.
● La serenidad púrpura de quien te acoge desde el principio, quien se acerca sin titubeo, quien despliega su melancolía y deposita su confianza.
● La naturaleza, la libertad, esa locura necesaria. Verde natural.
● La paz plateada con carcajadas sonoras incluidas. Siempre he adorado la paz sonora.
● La calma fresca y cercana. Una esmeralda encontrada, una esperanza recuperada, un aliento.
● El verde equilibrado, lo moderado y el saber estar.
● La precaución, el amarillo inteligente buscando la innovación.
● El calor del sol, un verano todo el año y la alegría que conlleva.
● El lila sentimental, la madurez y la empatía.
● La confianza, el beige neutro, la mirada tranquilizante.
● La seriedad robusta como la tierra que pisamos.
● La seguridad azulada, la estabilidad y las formas.
● La energía bermellón que desde comienzo me acompañó y espero lo siga haciendo en más caminos.
● La suavidad rosa, la ternura y el mimo de la seducción.
● El rojo, porque no podría ser más rojo, del amor, de la pasión, de la emoción, del cariño y del orgullo.
● La expresividad y la vitalidad como el fucsia de unos labios bien pintados.
● El negro misterioso, elegante y silencioso que suma.
● La creatividad y la espontaneidad del naranja.
● La verdad de la sonrisa, verdad como el añil del fondo del mar, que traspasa, que conquista.
● El azul tranquilo de quien sosiega con su hablar, al opinar, al preguntar.
● Y la sabiduría dorada de todos los que compartieron sus fortalezas, sus destrezas, sus pasiones.
Todos esos colores me los llevo junto a la gratitud en el estuche interior de mi mochila porque han dibujado un yo mejor, un yo más completo, más seguro y más contento. Será mi tesoro, el tesoro de estos meses: vuestros colores en mí.