Te sigo por las redes hace tiempo. Tú también me sigues, pero nunca hemos compartido ningún comentario. Un chico guapo que me alegra la vista con sus fotos diarias y me alegra el oido con sus muchas canciones.
Me invitan al teatro y sin saberlo ahí estás, con un papel protagonista. Me hace ilusión verte, escucharte e incluso me gusta pensar que tengo cierta cercanía a ti. Cercanía extraña e inventada por esa falsa sensación de conocimiento que dan las redes. Cuando acaba la función no dudo en escribirte dándote la enhorabuena por mensaje privado. Mientras me despido de mis amigos y vuelvo a casa recibo tu respuesta:
– Me hubiera gustado que me dieras la enhorabuena en persona.
Dicho y hecho. Me doy la vuelta y desando lo andado. Nos encontramos en una cafetería y descubro que detrás del artista guaperas se esconde un chico tímido, inseguro y testarudo… y sí, mucho más atractivo de lo que yo esperaba. Me recuerda a las amapola de mi pueblo: frágiles y duras al mismo tiempo. La charla nocturna acaba con un paseo por Gran Vía y el instagramer que canta sugiriéndome:
– Te acompaño a medio camino a tu casa.