Realmente creo que repetimos roles una y otra vez con quien nos vamos topando en nuestro camino. Sean parejas o amigos, sean conocidos o familiares… establecemos patrones y los repetimos incoscientemente. ¿Cuál es el mío? Es cierta información de la que me estoy ocupando últimamente, al menos saber de dónde viene… ¿Por qué ese afán de proteger que tengo? Ese es mi rol: el de la protección.
Te acabo de conocer y hago mío tu problema buscando soluciones. Si eres más jóven, porque te protejo. Si eres mayor que yo, ¡también! Si eres incluso más inmaduro que yo, mejor que mejor… Me apropio de tus dilemas, de tus inseguridades, como si no tuviera con los míos y allá voy con todas mis ganas a solucionarlas… Esto de la protección no es tan atractivo como pudiera parecer, porque siempre salgo escaldado… pero ahí sigo. Nadie me llama y nadie lo agradece. ¿Quién va a agradecerlo sino me ha pedido la ayuda y yo la doy sin más?… ¡Obvio!
Quizás así me siento útil, quizás así me siento feliz, porque siento que estoy dando lo mejor de mí… ¿Quizás, todo quizás! Realmente de dónde viene y el por qué, es el tema base al que llegar. Y en ello estoy.
Por eso, llegó un momento en el que de tanto proteger al resto, se me olvidó protegerme a mí… o dejar que me protegieran.